lunes, 13 de julio de 2009

Blanca vida y eterno amanecer

Hace treinta y siete años exactamente, la vida del siempre viejo estudiante de matemáticas tuvo el único punto de inflexión, digno de llamarse así: 'conocerla'.
Ella dijo 'Buenos días', pero en su mirada se advertía una severidad intimidante y una necesidad de marcar la relación en base al respeto mutuo.
El no sólo no encontraba las palabras que podrían describir aquella expresión de sus ojos, sino también nunca sabría identificar el color de su piel; tampoco podría dejar de pensar en la perfección de su delicado cuello, ninguna ecuación que conocía le explicaría semejante belleza, y mucho menos olvidarse la furtiva sonrisa que le regalo, en un instante de debilidad.
Sorprende lo rápido que se sucedió todo en su corazón, el amanecer estaba muy próximo, no se acordaba de cuando fue la última vez que esperó tan ansioso y desesperado el nuevo día, pasó toda la noche repitiendo una palabra: Alba, sí, ese era su nombre, un nombre premonitorio de una verdadera vida por delante.
Los miles de días que despertó a su lado, la infidad de veces y kilometros que tuvo que caminar para estar junto a ella, los improvisados almuerzos de cada día, el difícil trabajo que resultaba contener las lágrimas cuando la veía dormir, tan conmovedor espectacúlo y el largo beso de, todas, las buenas noches; el viejo se rehusaba a aceptar el amor como la cotidianidad de vivir al lado de ella, para él cada amanecer era sinónimo de oportunidad de amar, y de ahí provenía la energía que alimentaba su cuerpo y su corazón.
Hoy le es más difícil caminar hasta la cocina a prepararle el desayuno y sus ojos hacen todo lo imposible para no dejarle leer un viejo libro de cuentos infantiles a ella, creo que sé de que se trata todo esto, pero no lo entiendo por que estoy vacío o quizás estoy lleno de miedos, entre esos, miedo a vivir.

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