jueves, 3 de diciembre de 2009

Carta accidental

Los interminables zollosos que se escuchan no tienen precisamente el mismo origen, si bien, las vistosas heridas, que se expresan a través de retorcidos y desgarradores gritos en tonos altos, esas, nacieron rápido y sin dolor, hijas bastardas de la mentira y el miedo; por otro lado y en otro tiempo los tonos bajos marcan el pausado ritmo de la lenta recuperación del sentido, que entre lágrimas y zollosos volverá. No hace falta ser perceptivo para darse cuenta que las melodias seguirán su curso natural, como los ríos hacia el mar, alimentando a su paso incorpóreos corazones; es cuestión de tiempo.

Atravesando el pabellón de las almas locas de amor, el de las rencorosas sombras insaciables, corriendo sin mirar las paredes renegridas de un pasillo iregularmente iluminado, llegamos a la habitación más extraña de este circo.

En esta habitación reina el humo de un solitario cigarro sin fin, y el olor a tinta es un puñetazo en la nariz. Las paredes están repletas de dibujos infantiles. Sin ventanas, ni puerta, un espejo frente a la delgada cama, a sus pies un moribundo perro hace guardia.

Una pila de papel hace de asiento a la perfección, se oye el firme trazo de la pluma escribiendo con rabia y dolor; un exorcismo diario de palabras. Esas manos parecen no desgastarse ni enpolvarse; de encorvada figura y aspecto desganado lo verán. Por las noches el cartero de turno muestra una falsa amabilidad, impecable, insensible, inexistente.

Incontables cartas sin respuesta, su firma no ha cambiado y no cambiará, el destino y destinatario fueron siempre los mismos.

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