miércoles, 14 de abril de 2010

El caballo pintado (I)

Me duele abrir los ojos, la garganta reseca y partida como los labios, y en la nariz todavía queda el rastro del falso éxtasis nocturno, mis oídos ya no toleran el ruido de unos cascos aplastando botellas vacías, que he venido guardando durante toda mi vida, como un recordatorio de mi autodestrucción pasiva, lenta, sumisa.

El terrible sonido no termina, un puñetazo, un martillazo, y el sonido todavía me cercerna la respiración, y ya en el punto de no hay vuelta atrás, vi su pelo, hermoso y lejano; tropezando, suplicando de rodillas, libere a mi alma, la libere de todo mal con la ayuda del limón y la sal.

Entre un pie ensangrentado, y otro adormecido, estaba atento a mi profano trabajo de desenterrarle, pacientemente, fuí quitando capa a capa, hasta que su silueta me devolvió la vida.

No sé como llegaste, pero entiendo, por tu mirada, que ya no te irás.
No sé como llegaste, pero entiendo, por la dócil posición que adoptas cuando te acaricio y peino las crines, que tampoco te irás.
No sé como llegaste, en verdad, no lo sé.

Debo verte todos los días, con claridad o sin luz, pero debo saber que estás ahí, eterno.

Todo este peso en la espalda es nuevo para mí, mis débiles manos parecen haber estado dormidas todos estos años y me rompo las uñas, como se rompen las olas sobre una roca gigante y deforme, vaciando mi habitación de objetos de un pasado infeliz y mi mente de recuerdos que no eran míos, quiero admirarte en tu infinita belleza, ocupando todos y cada unos de los rincones de los ahora vacíos, mente y corazón; dejemos los círculos a un lado y quedémonos sólo con el vicio, con la tentación; quiero que vivas aquí, sobre mi pared, callado, majestouso y cómplice, indiferente a mis sentimientos amarillos, azules o rosas, quiero que vivas aquí hasta que el cansancio de la rutina te obligue a buscarte un prado más verde y yo deba destruirte, hasta agotar mis posibilidades en tu lomo, hasta que llegue el momento de revelarte los secretos que un mago callejero me enseñó en otra vida; infame.

Seguro que ambos envejeceremos y cambiaremos, pero la fé de haber amado más allá de nosotros mismos, se queda intacta, se llama verdad.

No hay comentarios: