viernes, 12 de marzo de 2010

Océano

Una sábana azul, húmeda, perlosa, eterna, refleja el color que amé desde el inicio del día y amaré hasta el ocaso, desde aquella transformación de luz en oscuridad, desde el impecable silencio nocturno hasta el eufórico despertar a tu lado; en ésa sábana, mil veces he renacido de tu sonrisa y me he visto incontenible, no soy más infinito que la naturaleza de tu amor, soy exactamente igual.

Me excuso en palabras y olas para acortar la distancia ínfima, que juega a separarnos, y tocarte, acariciarte como lo haces tú, con tus nubes que delicadas respiran la pasión taciturna del ahora rojo e intenso mar, en esta puesta de sol que mueve las agujas del reloj en sentido contrario, recuperando cada segundo que el, nunca azaroso, infortunio nos ha tomado prestado.

Un día los barcos del misterio y la incertidumbre desaparecieron en mis remolinos, que creaste tú al mirarme y sin temor decir lo que en tus ojos ya brillaba, y se hizo la calma, y se hizo el remanso cuando posaste tu piel desnuda en mí, donde ahora nos miramos tal cual somos, transparencia total, cada día.

Las corrientes, manantiales y ríos apurados confluyen hacia mí, llamándote, lo sé, puedo escucharles cantar.

Así le hablaba el mar al cielo, así le dieron paso a la vida, así naciste tú.

Todo lo que habita en mí te ha pertenecido, nunca sabremos, y no lo necesitamos, dónde empiezo yo y donde terminas tú, porque hemos sido uno y siempre lo seremos.

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